martes, 31 de enero de 2012

Ajo sí o ajo no

 

A pesar de que algunos lo quieren fuera de la cocina, el ajo es un imprescindible de la gastronomía. Propiedades de este oloroso bulbo.
Ajo sí o ajo no
Foto gentileza Creative Commons
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Silvio Berlusconi, “Il Cavaliere”, ex premier de Italia le tiene fobia al ajo. Esta es apenas la punta del iceberg de una campaña que se está llevando en Italia para desterrar al ajo de la cocina. Y como si fuera poco, Victoria Beckham dijo despectivamente que “toda España huele a ajo”.

Una verdadera locura en términos culinarios, ya que el ajo es el rey de la cocina mediterránea, y como dijo el famoso cocinero Antonello Colonna, “eliminarlo es como quitar los violines de una orquesta”.

El ajo (allium sativum) es un bulbo originario de Asia que encontró su lugar entre los griegos y romanos que, además de utilizarlo en la cocina, le atribuían propiedades curativas. Existen variedades como el ajo blanco, violeta o rosado, este último muy apreciado en la cocina francesa.

Se pueden comer los dientes crudos o picados, prensado, cortado en láminas, cocido, en salsas, sopas, guisos y aderezos, frito u horneado. Alain Ducasse, una de las luminarias de la cocina gala dice que “aunque es un producto de fuerte carácter que toca una partitura intensa y sostenida, sólo pide que se le suavice, para revelar mejor el carácter de una preparación”. Y los catalanes sostienen que no hay mejor manjar que comer una rodaja de pan de campo frotada con ajo, tomate y chorro de aceite de oliva.

¿Te gusta el ajo? ¿Cómo acostumbrás comerlo?

¿Qué utilidades del ajo conocés fuera de la cocina? ¿Creés que realmente auyente a los vampiros?
http://www.viaresto.clarin.com/Notas/Ajo-si-o-ajo-no-1023.aspx?utm_source=clarin&utm_medium=caja&utm_campaign=caja

¿Qué es la terapia de “vidas pasadas”? | Entremujeres

¿Qué es la terapia de “vidas pasadas”? Entremujeres

jueves, 26 de enero de 2012

Imperdible articulo de Hangling


El nene y el papá

Por Rolando Hanglin | Para LA NACION

Tengo un apego especial por la ciudad de Miramar. Mi madre (junto a sus cinco hermanas mujeres) supo tener una casita de veraneo, cerca de la plaza. Allí fuimos mis primos y yo a pasar enero, o febrero, juntos o separados. Aquella casita -créase o no- voló literalmente por los aires, debido a un accidente doméstico, de manera que Miramar dejó de figurar en nuestro mapa de familia.
Hace unos años, compré un ranchito en pleno campo, a 300 metros del mar, en Chapadmalal (debe entenderse: "corral barroso", en lengua pampa) y voy muy seguido a Miramar, que es durante el verano nuestra ciudad más próxima. Allí se hacen las compras importantes: un colchón, una estufa, una parrilla, una bicicleta, una determinada cantidad de libros. Todo es Miramar: el dentista, el médico, la farmacia más completa. Nuestra referencia no es Mar del Plata, sino Miramar.
De modo que he vuelto a aquel paisaje de la infancia, para encontrar nuevas alternativas.

Uno va a Miramar para circular por sus bellas calles arboladas. Prolija, iluminada, serena, Miramar conoce actualmente una nueva edad de oro
Miramar sigue siendo la ciudad de los niños. Es decir: la concurrencia central está en las familias de padres jóvenes (de 25 a 45 años) con hijos preadolescentes. Circula por la ciudad una gran variedad de niñitos, que llegan hasta la pubertad. Por ejemplo, se dejan ver adorables mocosas de 13-15 años con sus mini shorts, sus sandalias diminutas, sus brazos delgados y sus bocas absolutamente prohibidas.
En fin. Uno va a Miramar para circular por sus bellas calles arboladas, pasando entre sus sedantes casas con ligustrina al frente, para comer buen pescado, en mesas amablemente tendidas sobre la vereda. Prolija, iluminada, serena, Miramar conoce actualmente una nueva edad de oro.
Pero claro, también es el espejo de la nueva familia. Cada restaurante, cada balneario, cada vereda, es el escenario de un drama implacable.

Miramar es el espejo de la nueva familia. Cada restaurante, cada balneario, cada vereda, es el escenario de un drama implacable
La mamá: 35-40 años, malhumorada o tal vez ausente. Es una mujer que atiende las labores de su casa y a la vez desempeña un empleo. Aporta algo, pues, al presupuesto familiar, si bien el aporte resulta escuálido, en comparación con los gastos en mucama, planchadora y baby-sitter que representa su ausencia. Pero aporta. De todos modos, la mamá (como todas las madres del mundo en todos los tiempos) está en contacto diario con los hijos. Que son, a lo sumo, dos. Y que exigen a gritos su asistencia. Cuando llega el fin de semana, la pobre mujer está agotada. Se tira a la cama, concurre a la peluquería, o a un té de señoras, o al cine, o a pilates-yoga-masajes-gestalt, o a cualquier parte. Pero no quiere ver a sus hijos un minuto más. Está exhausta. Además, le han lavado el cerebro: todas las revistas femeninas, los psicólogos, los charlistas de la tele, los columnistas del diario, los periodistas en sentido lato, y su cuñada, insisten en que debe liberarse, demostrar carácter, protestar cuando la tratan como a un objeto, y si es posible convertirse en un no-objeto (de deseo) de manera que una rebeldía le sube por la faringe, como un vómito sin impedimentos.

La mamá: 35-40 años, malhumorada o tal vez ausente. Cuando llega el fin de semana, la pobre mujer está agotada
Quiero ser yo misma, amarme a mí misma, crecer en mi yo, huir de los mandatos. Todas esas cosas. Cuando llega el sábado, o tal vez el domingo, la mami se retira de la escena y deja allí solo, junto a los niños, al papi.
El papi es otro personaje de nuestro tiempo. Culposo, asustado por los gritos y reclamos de su pareja, está siempre al borde del llanto. Oficia de ayudante en el parto de su mujer (si los médicos autoritarios y las enfermeras esperpénticas se lo permiten) trabaja como un burro de sol a sol, igual que lo han hecho su padre y su abuelo, y duerme entre pesadillas porque no comparte suficientes horas con sus hijos. ¡Qué culpa, por Dios!
Nada que ver con su padre, o su abuelo italiano, que inspiraban miedo y ordenaban silencio.

El papá, culposo, asustado por los gritos y reclamos de su pareja, está siempre al borde del llanto. Trabaja como un burro de sol a sol y duerme entre pesadillas porque no comparte suficientes horas con sus hijos
El papá de hoy juega con los niños, decidido a convertirse en un papi inolvidable. Uno lo oye gritando como un bebé (pero con voz ronca) "gol, campeón, salto, carrera, viva-viva" como si fuera una radio en perpetua transmisión de una final de la Copa del Mundo. Es el líder de la acción física. Abraza a los hijos, los lanza a las piscinas, les grita en el oído, los besa estruendosamente. Necesita aprovechar ese sábado para convertirse en el papi inolvidable.
Papá y mamá han renunciado a educar a los hijos. Por lo tanto, estos se han convertido en engendros. Gritan, escupen, zapatean, destruyen, muerden, patean, insultan. Mamá duerme, papá festeja.
Miramar es una buena muestra de este panorama. He visto a un padre de 38 años empujando el cochecito de su bebé, chocando contra las sillas almacenadas en la vereda. La nena (hija mayor, unos 9 años) se le colaba bajo el brazo y el hombre manoteaba el aire, fastidiado, para sacársela de encima. Tenía la cara de un condenado a muerte: ojeroso, angustiado, exhausto.
Posiblemente, este papá ya barruntaba el futuro. En tres o cuatro años más, su belicosa mujer se convertiría en un águila predadora. Lo atacaría sin piedad y, sedienta de venganza (¿por qué?) se acostaría con el primer imbécil que se le cruzara en la calle. Desenlace: juicio de divorcio. Consecuencia: el hombre pierde su departamento, su auto y sus hijos. Va a vivir solo a un sucucho miserable. Con las fuerzas que le restan, conquista a una adorable chiquilla de 23 años que podría ser su hija. Pero la chiquilla, a los cinco o diez años, se convierte en otra ave rapaz que lo despoja de sus bienes. Y así, el hombre se encuentra cada vez más escéptico, más triste, más viejo...

El joven papi, mientras empuja el coche de bebé, mira de reojo a las chiquillas miramarenses de 14 años, tentadoras, perfectas, fresquísimas, pero un ramalazo de terror le cierra los ojos
Ya nadie quiere ser hombre. Y menos, papá.
El joven papi, mientras empuja el coche de bebé, mira de reojo a las chiquillas miramarenses de 14 años, tentadoras, perfectas, fresquísimas, pero un ramalazo de terror le cierra los ojos. No puede mirar esos muslos. Es pecado. Merece prisión perpetua. Y el papi se sumerge en su soledad espiritual, mirando al frente, empujando el coche... ¡Hay que llegar hasta el café donde está mami, conversando con su cuñada sobre la actualidad política nacional e internacional!
He visto, en un restaurante, a una nena profiriendo alaridos mientras la mamá daba la teta a un hermanito menor. Los abuelos, pálidos, guardaban respetuoso silencio. El papá, aturullado, le alcanzaba galletas y maníes. La mamá sonreía, beatíficamente, ya que el centro de ese drama familiar era ella misma.
Bella ciudad, Miramar.
Mala cosa, la familia, tal como se la entiende hoy. Un verdadero despropósito. O tal vez esto sea, solamente, una estampa turística..